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ARCHIVOS DE CUENTOS PUBLICADOS | |
Ante la Ley hay un guardián. Un campesino se acerca a este guardián y le ruega que lo deje entrar. El guardián dice que ahora no puede franquearle el paso. El campesino reflexiona un momento y pregunta si podrá entrar más tarde. -Es posible -contesta el guardián-, pero no ahora. La puerta de la Ley está abierta, como siempre; el guardián se aparta un poco y el campesino se agacha para mirar a través de ella hacia el interior. El guardián se ríe al verlo y le dice: -Si tanto te atrae, trata de entrar a pesar de mi prohibición. Pero ten presente mis palabras: soy poderoso, pero soy el guardián más insignificante. En las estancias que se suceden hay guardianes cada vez más poderosos. Ya la visión del tercero es tan insoportable que ni siquiera yo la puedo aguantar. El campesino nunca ha pensado toparse con semejantes dificultades; él cree que la Ley debe ser asequible para todos, en todo momento, pero ahora, cuando se fija mejor en este guardián de larga pelliza, de gran nariz puntiaguda y de rala y negra barba a lo tártaro, piensa que lo mejor es esperar, hasta que se le permita entrar. El guardián le alcanza un banquito y lo deja sentarse al lado de la puerta. Y allí permanece sentado días y años. Hace muchos intentos de entrar, fatigando al guardián con sus súplicas. En numerosas ocasiones, el guardián lo somete a pequeños interrogatorios, preguntándole por su tierra natal y por muchas otras cosas, pero sus preguntas son frías, desinteresadas, como las que hacen los grandes señores. Y al final el guardián siempre repite que aún no le puede franquear el paso. El campesino, que se ha equipado convenientemente para su viaje, utiliza todo lo que trae, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este no rechaza nada, diciendo: -Sólo te lo acepto para que no creas que no has hecho todo lo que puedes. A lo largo de muchos años, el campesino observa casi ininterrumpidamente al guardián. Se olvida de los demás guardianes. El primero le parece el único obstáculo que le impide el acceso a la Ley. Maldice su presencia, durante los primeros años sin contemplación y en voz alta, pero luego, al hacerse más viejo, sólo rezongando para sí. Empieza a chochear y, tras pasar tantos años escudriñando al guardián, habiendo descubierto las pulgas que pululan en su cuello, les ruega que lo ayuden a ablandarlo. Por último, se le debilita la vista. Ya no sabe si anochece o lo engañan los ojos. Pero en medio de la oscuridad percibe ahora un resplandor que emana de la puerta de la Ley. Su vida se agota. Antes de morir, todas las experiencias de ese largo período se condensan en su cabeza, en una sola pregunta que aún no ha formulado al guadián. Le hace señas, para que se agache, porque su propio cuerpo, ya endurecido, no le permite incorporarse. El guardián tiene que inclinarse profundamente sobre él, pues el hombrecito se ha encogido mucho. -¿Qué es lo que todavía quieres saber? -preguntó el guardián-, eres insaciable. -Todos aspiran a la Ley -dice el hombre-. ¿Cómo se explica entonces que, en tantos años, sólo yo haya pedido entrar en ella? El guardián se da cuenta de que el hombre está a punto de morir y, para que aún lo pueda oír, le grita al oído: -Nadie más podía entrar aquí, porque esta entrada era sólo para ti. Ahora mismo la cierro |
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un viejo conservador partidario de la
fuerza física. "Les conviene tratar de comportarse mejor tal como son".
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Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron , ya no sujeto a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.
J.L.Borges |
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Cartera blanca de plástico charolado. Zapatos taco aguja, que, en el intento de blanquearlos con tiza molida, quedaron grises, por lo ajados. Vestido de lycra negro. Corto, ajustado y tan gastado que se trasluce. No queda otra. Me miro en el espejo, manchado por la humedad, y me doy cuenta que las raíces negras se notan demasiado entre lo amarillo de la decoloración. Cuando me sobren dos pesos me compro alguna tintura para que la Marta me tiña. Algún rubio platino, el agua oxigenada sola, me está dejando el pelo medio naranja...
- Doña Sara, le dejo a los chicos dormidos ¿Les pega una miradita? Vuelvo para cuando el Jonathan tenga que tomar la teta
Es lindo el Jonathan. El Mario también, pero el chiquito me salió con los ojos del padre. Creo que si la abuela lo viera, se arrepiente de haberme despedido y lo hubiera querido al nene, de tan igual a su hijo que es. Y yo podría seguir limpiando en esa casa. Por lo menos ahí se comía todos los días...
- ¡Oscar! ¿Vas para Avellaneda? ¿Me alcanzás hasta Constitución? Dale, no seas guacho, sabés que por Retiro es re-muerto a esta hora. No tengo ni una moneda para el bondi. Después te pago el viaje. En especies... No me vas a dejar ir caminando hasta allá, dale
Está dura la calle, si sigo bajando la tarifa me voy a tener que vender por cinco pesos… - Gracias, Oscar. Mañana te pago…
Vamos a ver si cae ese gil - Cincuenta la hora, completo (¡Por fin uno! Mañana comemos, chicos! Espero que sea rápido, porque en una hora le toca la teta al Jhonattan)
- ¡Dale, viejo! (Pucha, este con la falopa que tiene encima no termina más) ¡Por fin loco… Lo bueno de estos transas es que como conocen la onda te dejan buena propina. ¡Mi Dios! Cuánto hace que no veía un billete de cien. Con esto mañana le compro al Mario lo útiles para la escuela y las zapatillas Le voy a comprar unas buenas, para que le duren. Aunque ya sé que las va a hacer pomada enseguida, porque se las va a querer poner para jugar a la pelota. ¡Que bueno! El transa me lleva hasta casa. Y, éste... ¡que le va a tener miedo a la villa, si debe andar en cualquiera!... ¡Epa! Me parece que el auto que viene atrás es de la cana, ¡Uy, si! Que no nos paren que no traje documentos. Encima se me está haciendo tarde y el Jhonattan en cualquier momento se despierta. Lo malo es que, si no estoy para darle la teta, el guachito llora y no lo calma nadie. ¿Y eso? ¿Son tiros? Si, son tiros. ¡Uy, carajo! El transa se puso loco. Volantea para cualquier lado. La pucha está herido... ¿Y yo? Esto es sangre. No jodan locos que se me hace tarde para darle la teta al Jhonattan...
- ¿Y, oficial? - Si, es el pibe Estévez, está herido. Tiene como doscientos gramos para vender y más de tres lucas en la billetera - ¿Y la chica? - No creo que la reclame nadie. Era una puta... Autor: Silvia (seudónimo) Argentina |
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Los amigos En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Beltrán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mientras se bañaba en su departamento, escuchando el noticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pensar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas informaciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a encontrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido -y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo- todo quedaría despachado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido. Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apretaba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia. A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorprendido. La primera bala le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El Ford salió en diagonal, adelantándose limpio a un tranvía, y dio la vuelta por Tacuarí. Manejando sin apuro, el Número Tres pensó que la última visión de Romero había sido la de un tal Beltrán, un amigo del hipódromo en otros tiempos
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- Vamos a ver: Quien de ustedes pueda cumplir con el proverbio árabe, será el capataz…Decime, Ramón ¿Alguna vez plantaste un árbol? - ¿Un árbol? Todo ese monte de olivos, el de los Alzaga, lo planté con mis con mis propias manos…En Overá, planté cientos de naranjos, limoneros, plátanos... ¡Si desde gurí trabajé en las plantaciones, patrón!... - Muy bien, y decime ¿Tenés un hijo? - ¿Un hijo? Seis tengo. Ya hay dos que ayudan en las cosechas. Pero igual es difícil darles de comer a tantas bocas. Encima, parece que la Felisa está preñada otra vez, patrón... Y bué, si Dios lo manda, algo bueno traerá - De acuerdo, y por último, decime ¿Escribiste un libro? - ¿Un libro? Si yo no sé leer ni escribir, patrón... Autor: Silvia
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Archivos de Literatura Infantil | |
Hace muchísimos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.
La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.
Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas.
Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía:
"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra"
Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.
Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada.
Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.
Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.
Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.
Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo.
"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti"
FIN
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Personajes Azul (un ángel) Jazmín (un ángel) Mariano (un niño) La acción transcurre en la actualidad
Acto I
Cuando abre el telón, el fondo muestra un cielo con algunos angelitos. En escena, dos de ellos (Azul y Jazmín) comienzan una conversación Azul - ¡Hola, Jazmín! Jazmín - ¡Hola Azul! ¿Jugamos a las escondidas? Azul -Después. Ahora tengo que solucionar un problema Jazmín -¡Ufa! ¡No me digas que otra vez Mariano empezó con sus miedos! ¡Que gallinita! –Burlándose- ¡Ay que miedo… viene el cuco! ¡Ay, que viene el hombre de la bolsa! Es un tonto Azul - ¡No digas eso! Mariano no es ningún tonto. Todos tenemos miedo a algo. ¿Vos no? Jazmín -¡No! ¡Que voy a tener miedo! Yo soy el más valiente de todos los ángeles. Azul - ¿Seguro? –Espera un segundo, se da vuelta y grita- ¡Cuidado, viene el ángel de las tinieblas! Jazmín -¡Ay! ¡Socorro! ¡Ayuda! –Se desmaya- Azul -¿Cómo? ¿No era que vos no tenías miedo? –Mientras dice esto lo ayuda a levantarse Jazmín -Bueno…En realidad….algunas veces… Azul - ¡Lógico! Es lo normal….Lo que pasa con Mariano es que tiene demasiados miedos, porque nunca nadie le enseñó como enfrentarlos. Por eso me veo en la obligación de bajar para ayudarlo Jazmín -Tenés razón. Pero cuando vuelvas ¿Jugamos a las escondidas? Azul -Por supuesto. Andá pensando tras que nube te vas a esconder Se cierra el telón
Acto II Cuando abre el telón el fondo muestra la habitación de un chico. Mariano se pasea de una a otra punta del escenario tomándose la cabeza con las manos
Mariano -¡Ay! ¿Porqué a mi? ¿Porque siempre a mi me tienen que pasar esas cosas que dan tanto miedo? ¡Siempre, siempre a mi!... Desde ayer que estoy temblando… -Mirando al público- En mi grado hay treinta chicos Mi maestra eligió tres grupos de diez para rendir un examen. ¿Y que pasó? Que justo a mí me tuvo que tocar estar en el grupo que rinde en la primera hora. ¿Les parece justo? Tengo dos horas menos para estudiar que los del último grupo. ¡Dos horas menos! Seguro que el examen me sale mal. ¡Voy a sacar un cero! ¡Mi mamá no me va a dejar ver televisión por un año! Me va a poner en penitencia en mi pieza solo y a oscuras. ¡Y yo le tengo miedo a la oscuridad! ¡Ya se! Me hago el enfermo y listo… En ese momento aparece Azul por detrás de Mariano Azul -¡Que bonito! Inventando mentiras para no enfrentar los problemas… Mariano (sin mirarlo)- ¿Qué querés que haga? Yo tengo miedo. Tengo miedo a que las cosas me salgan mal, a los fantasmas, a la oscuridad, a los chicos malos, a los doctores… Azul -¿A los doctores? Si ellos están para curarte… Mariano - Si. Pero te dan inyecciones, que duelen un montón. ¿Acaso a vos no te duelen las inyecciones?- lo mira- ¡Ey! Y vos ¿Quién sos? ¿Viniste para asustarme? Azul -¿Cómo podés pensar eso? Yo soy tu ángel. Me llamo Azul y estoy para cuidarte en todo momento Mariano -¡Bueno! A ver si me cuidás un poco mejor. Porque ¡me pasan cada cosas! Si ir más lejos, anoche, mi habitación estaba llena de sombras que se convertían en terribles monstruos y amenazaban con atacarme. Yo estuve muerto de miedo. Y vos ¿Dónde estabas? Azul - Las sombras nunca se convierten en nada. Sos vos el que lo imagina. Y para que veas que tan mal no te cuido, sabiendo de todos tus miedos es que bajé en tu ayuda Mariano - ¿Bajaste? ¿De dónde? Azul -Recuerda que soy un ángel. Los ángeles no vivimos en la Tierra. Y solamente venimos cuando el chico al que cuidamos no escucha los mensajes que les dejamos en sus mentes. Mariano -¿Vos dejás mensajes en mi mente? Azul - Siempre. Pero tus miedos los tapan. Y no te dejan oírlos. De la misma manera que parece no escucharas cuando tu mamá te dice que los fantasmas o que el viejo de la bolsa no existen Mariano - Y… ¿todos los chicos tienen un ángel? Azul - Todos los chicos tienen a alguien que los protege y los guía Mariano - No entiendo. Si tenemos siempre a alguien que nos protege ¿Por qué dejan que nos pasen cosas que nos hacen tener miedo? Azul -Si a los chicos no les pasaran esas cosas jamás aprenderían a defenderse solos. Y las personas tienen que saber cuidarse de muchas cosas: del frío, de las lluvias, de los animales peligrosos…Lo bueno es que todos tienen el poder para protegerse Mariano - ¿Yo también? Azul -Todos. Sucede que algunos chicos desconocen como se logra ese poder. Mariano -¿Vos me lo podés explicar? ¡Porfi! ¿Hace falta tener magia? ¡Ah! Si fuera cierto que soy poderoso no le tendría miedo a nada Azul - Por supuesto que lo sos. Pero lo importante no es no tener miedo sino saber como enfrentarlo. Eso es lo que te voy a enseñar. Y no hace falta magia, aunque al principio vamos a usar este anillo al que hay que cargarlo con tus poderes ¿Querés que les regalemos también a estos chicos que están mirando, por las dudas que en algún momento lo necesiten? Mariano -¡Si! ¡Claro! (Se hace "aparecer" una canastita con anillitos que el "angelito" se encargará de alguna manera de repartir entre el público. Es preferible entregársela a una persona del mismo para que se encargue) Azul -Bueno, como te decía. Al principio usaremos este anillo. Si en algún momento lo perdés o se te rompe ¡No habrá problema! Cualquier otro anillo, pulsera o cadenita puede cumplir la misma función. Cuando seas un experto ya no los necesitarás. Habrás visto que estos anillitos vienen con unas instrucciones para su uso. Son las que vas a tener que seguir cada vez que necesites de tus poderes. Si estás decidido podemos empezar ya mismo Mariano - ¿Cómo no voy a estar decidido? ¡Urgente necesito de esos poderes! Decime…Ese anillo ¿Tiene garantía? Azul -¡Por supuesto! Si seguís las instrucciones al pie de la letra no pueden existir fallas. Te lo garantizo. ¿Empezamos? Veamos: Mañana tenés un examen de… Mariano -Matemáticas Azul - Y eso te da miedo Mariano -Pánico Azul -Bien. Verás que la primera de las instrucciones dice: Abrir bien los ojos. ¿Por qué dice esto? El primer error que cometemos cuando tenemos miedo es el de cerrar los ojos. Esto no nos permite ver cuán grande es la cuestión que nos produce este temor. Una vez que vimos el tamaño de la cosa que nos da miedo, pensaremos con que medios se pueden combatir. Por ejemplo: Una sombra se combate con luz, el dolor del pinchazo de una inyección se siente menos aflojando los músculos, la piña de un chico más grande que nosotros se evita con una toma de karate, o, como es hoy tu caso, la materia para poder rendir bien un examen se aprende estudiando. Cuando ya sabemos con que se combate la cuestión, ponemos manos a la obra y nos preparamos para vencer. ¿Cómo nos preparamos? Bien, para el caso que hoy te atemoriza tu única arma es el estudio. Una vez que hallas estudiado todo lo te mandó la seño, le dirás a tu anillo: "Ya tengo el arma con la que venceré a ese examen. Ya tengo el poder y nadie ni nada me lo podrá quitar" Así y casi mágicamente tu anillo se cargará con esa fuerza que te acompañará durante todo el examen. Mariano -¿Estás seguro? Azul - Tené confianza. No creas que sos el primero. Hace muchísimos años que se utiliza esta fórmula Mariano - Bueno, vamos a probar… Mariano toma un librito y se apresta a estudiar. Azul se va quedando dormido Mariano -Nueve por nueve, ochenta y uno. Nueve por diez, noventa… ¡Ah!...No doy más. ¡Ey! ¡Azul! ¡Despertate! Escuchá: Ya estudié las tablas, las sé de memoria. Pero cuando pienso que tengo que decirlas delante de la seño me empiezan a temblar las piernas Azul -¿Cargaste el anillo? Mariano -No, todavía no Azul - Por eso. Cargalo y vas a ver… Mariano -¿Cómo era?... ¡Ah, si! -mirando su mano- "Ya tengo el arma con la que venceré a ese examen. Ya tengo el poder y nadie ni nada me lo podrá quitar" Azul - Y ¿Qué tal? Mariano - Creo que mejor. Por lo menos ya no me tiemblan las piernas Azul -Bueno, no te olvides que es la primera vez, con la práctica llegarás a ser súper poderoso. Y ahora vamos a dormir.
Acto III En escena se lo ve a Azul paseándose preocupado, enseguida aparece Mariano demostrando alegría. Abraza y besa al angelito Mariano -¡Gracias, Azul! Este anillo si es súper poderoso. ¿Sabés? Aparte que me ayudó con el examen, cuando salí al recreo lo cargué con todas mis energías, le dije las palabras y pude ganarle en la pelea a Juan Manuel, que siempre me cargaba porque yo no me animaba a enfrentarlo. Eso si, me gané una buena penitencia. Pero no importa ¡Ahora si no le voy a tener más miedo a nada! Azul - Pará… pará. Ya te dije que lo importante no es no tener miedo a nada si no saber enfrentar los miedos. Fijate que son muchos los chicos que saben esta fórmula y muchas las cosas que no se pueden vencer. Por eso en las instrucciones te aclara que primero mires y evalúes muy bien la cuestión y luego compruebes que realmente tenés las armas. No debés nunca evitar ninguno de estos pasos. Bueno, espero que practiqués mucho y pronto te llegue el momento en que puedas prescindir del anillo Mariano -¿Y cómo voy a saber cuando lo puedo dejar de usar? Azul -Sin ninguna señal especial, un día cualquiera, enfrentarás algo que te daba miedo y cuando te mires la mano te darás cuenta que no tenés el anillo. Ese día será el que marcará que ya no lo necesitás porque tendrás fijado todo el poder en tu mente. Bueno, ahora te dejo, me están esperando para ir a jugar Desde lejos se escucha una voz que dice: "¡Azul, vamos a jugar a las escondidas!" Azul (dirigiéndose al público)-¡Ay, por favor! ¡Cuánto grita Jazmín! ¡Ya voy! ¡Ya voy!
Se cierra el telón Fin
Al finalizar la obra se entrega a cada niño un anillito (económico, de plástico) con un papelito en el que estará escrito: Instrucciones para el uso de este anillo Abrí bien los ojos para mirar de donde viene, cual y que tan grande es tu miedo Investigá, ya sea pensando o preguntando a tus papis o a un buen amigo cuales son las armas* con las que se pueden combatir a tus miedos Aprendé a usarlas y recién cuando estés muy seguro/a de saber hacerlo correctamente podrás trasmitirle el poder a tu anillo Las palabras que tendrás que decir son más o menos estas: "Ya tengo el arma* con la que venceré. Ya tengo el poder y nadie ni nada me lo podrá quitar"
*Se considera arma a todo aquél medio útil para combatir a un temor. Nada tiene que ver con las armas mortales Si por algún motivo, se perdiera el anillo, estas instrucciones sirven para usarse con cualquier otro elemento que uno pueda portar (cadena, pulsera, reloj o lo que se tenga a mano en ese momento) Recuerda que, después de mucha práctica, tendrás tan fijado al poder en tu mente que ya no necesitarás de ningún instrumento Consejo fundamental: Lo importante no es no tener miedos sino saber enfrentarlos Silvia
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Adaptación resumida para niños
Alonso Quijano es un hidalgo de unos 50 años, que leía tantos libros de caballería que se volvió loco, un día decidió que se haría caballero andante y que se llamaría Don Quijote de la Mancha y su estimada se llamaría Dulcinea del Toboso. Una mañana Don Quijote empieza su aventura y se va a una venta porqué le nombren caballero, cuando ya le han nombrado caballero se encuentra con unos mercaderes, se pelea y cae al suelo, tubo suerte que en vecino suyo pasara por allí y lo llevara hasta su casa.
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Hans Christian Andersen
Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”. La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida. -¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes. Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche. «Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz. «Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él». El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra. Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela». -¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores. -¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente. -Nos da una buena alegría -respondieron los dos
tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro
dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la
memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo. Los estafadores pidieron entonces más dinero,
seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar
a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos
continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías. Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver. -¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía. «Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo. -¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador. Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados. -¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela. «¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso». -¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la
apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería
confesar que no veía nada. Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella. El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales. Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo! Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron: -Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela. -¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había. -¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el
traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el
nuevo delante del espejo? Quitose el Emperador sus prendas, y los dos
simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían
haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura,
hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo
era dar vueltas ante el espejo. -¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso! -El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias. -Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-.
¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo,
para que todos creyeran que veía el vestido. Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía: -¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo! Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de
que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por
estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél. -¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño. -¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño. -¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada! -¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero. Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola. FIN
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Cuento popular
En un bosque escondido en medio de las montañas vivía un pequeño duende famoso por su avaricia. Desde que había nacido amaba profundamente el oro, buscándolo siempre en el interior de las montañas para guardarlo con cuidado. Los duendes por naturaleza picaban en las minas buscando oro y piedras preciosas, pero siempre lo compartían con toda la comunidad para poder disfrutar de su belleza. Mientras en el pueblo de los duendes se ponían de acuerdo para las excavaciones, nuestro pequeño duende realizaba el trabajo por su cuenta. Sabían de sus actividades pero le dejaban trabajar a su aire: vivía solo y no molestaba en un principio a los demás duendes. A pesar de todo cada vez más personas miraban con malos ojos al duende, criticándole por no colaborar nunca con la comunidad.
Con el paso del tiempo el pequeño duende se dio cuenta que había guardado ya demasiado oro. Guardó todo lo que pudó en una cueva secreta que solo él conocía y se echó el resto a la espalda dentro de una enorme olla, tan grande que superaba su envergadura. Estaba seguro del cómico aspecto que daba ante los que le miraban pero aún así tenía por seguro que ese oro que le sobraba no se iba a quedar fuera de sus terrenos: necesitaba encontrar un sitio donde esconderlo. Caminó durante horas por el bosque hasta que llegó al río que lo surcaba. Los duendes casi nunca iban a esa zona, lo que hacía que el lugar fuese un nuevo escondite perfecto. Surcó el borde del río hasta encontrar una cueva a ras del agua, donde introdujo la olla a presión. No estaba muy convencido todavía de que fuese seguro así que comenzó a excavar hasta hacer el agujero mucho más grande, pudiendo meter la olla más al fondo. Desgraciadamente cuando quiso salir se dio cuenta que el agua había entrado en la cueva, dejándole atrapado sin posibilidad de escapar. Unos duendes especializados en pescar se dieron cuenta de casualidad de la extraña cueva que había aparecido de repente. Vieron al duende atrapado, intentando ayudarle para que pudiese salir. Al principio el duende les dijo que se fueran, que solo querían robarle su olla de oro. Los duendes le insistieron en que no les importaba el oro y que si no se fiaba de ellos que cuando saliese se quedase con todo lo que llevaban encima. Una vez fuera los duendes le ofrecieron sus anillos y collares, avergonzando enormemente al pequeño duende. La olla de oro se perdió para siempre en la cueva del río, pero a cambio el duende volvió al pueblo natal, donando todo el oro que tenía en las montañas y prometiéndoles que compensaría su falta de altruismo durante los años venideros. FIN
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Cuento popular
Hace mucho tiempo nació una de las princesas más bellas que ha visto el mundo. El reino entero iba al castillo para verla, felicitando a los padres por la hija tan maravillosa que habían concebido. Pasaron los años y la joven princesa siempre se mantenía sonriente, sin decir nunca una sola palabra y ayudando a todo el que lo necesitaba. Al principio les parecía que era tímida pero con el tiempo descubrieron que la princesa había nacido muda. Todo el reino se preocupó inmediatamente por la princesa. A pesar de que seguía sonriendo notaban que detrás de esa sonrisa se ocultaba la tristeza de no ser como los demás niños. Ella no podía cantar ni mantener una conversación normal con nadie. Cuando jugaba en el castillo tenía que estar siempre acompañada al no poder avisar si le pasaba algo, y si necesitaba la ayuda de alguien debía moverse por todas las habitaciones hasta encontrarla en persona.
Un día el rey descubrió a su hija llorando sola en la habitación. Desconsolado, decidió actuar para darle a la princesa la felicidad que se merecen todos los niños. Convocó a las personas más importantes del reino y les pidió que transmitiesen al pueblo la petición de aprender a utilizar un lenguaje de signos con el que poder dirigirse a la princesa. El rey ya había diseñado este sistema después de muchos meses trabajando en él, y si quería que su hija fuese feliz necesitaría que lo aprendiera todo el mundo y no solo su familía. Los mensajeros se desplazaron por todas las casas del reino sin que la princesa supiera nada. El rey no quería obligar a que el pueblo aprendiese el lenguaje también; ante todo deseaba que todos estuviesen cómodos en su reino. Junto a la reina y a su hija, la familia real practicaba por su cuenta el nuevo idioma, animando a la pequeña para que pudiese al menos hablar con sus padres. Cuando la princesa dominó a la perfección el lenguaje salió a la calle a jugar con los niños como todos los días. Cavizbaja, cogió la pelota y cuando iba a darle una patada se sorprendió de que uno de los niños le decía con su propio idioma de signos que se la lanzase a él. Durante unos segundos no supo que hacer, todos los niños se comunicaban de la misma forma. La cogieron de la mano y corrieron por las calles del pueblo, saludándola todos los habitantes con el signo de ‘hola’ y una gran sonrisa en sus rostros. De esta forma el reino se adaptó a la princesa a la que tanto amaban, y todos vivieron felices para siempre. FIN
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Autor: Walt Whitman
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro terrible viaje ha terminado, el barco ha sobrevivido a todos los escollos, hemos ganado el premio que anhelábamos, el puerto está cerca, oigo las campanas, el pueblo entero regocijado, mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave. Mas, ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón! ¡oh rojas gotas que caen, allí donde mi capitán yace, frío y muerto! ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas, levántate, por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín, para ti ramilletes y guirnaldas con cintas, para ti multitudes en las playas, por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos: ¡Ven, capitán! ¡Querido padre! ¡Que mi brazo pase por debajo de tu cabeza! Debe ser un sueño que yazcas sobre el puente, derribado, frío y muerto. Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven, mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad, la nave, sana y salva, ha anclado, su viaje ha concluido, de vuelta de su espantoso viaje, la victoriosa nave entra en el puerto. ¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad campanas! Mas yo, con tristes pasos, recorro el puente donde mi capitán yace, frío y muerto. |
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en el número vivo para el entreacto de ¨ Mi Patria que espera ¨ El mismo público, aplaude y abuchea a los mismos actores, en diferentes escenas. Aplauden y abuchean a los muertos, aplauden y abuchean a las viudas A los padres que lloran A las abuelas que esperan A los que no aparecieron A los que roban, A los chicos que mueren de hambre A la democracia que enseña A la dictadura que gobernó y gobierna Al mono que defrauda, a los políticos del fraude Aplauden y abuchean... a todos los actores de la escena Después de este largo entreacto donde se reviven muertos, se liberan criminales, se corrompen jóvenes cerebros se aprovisiona a los drogadictos Donde hay pizza y champán, sushi
y Coca-Cola, almuerzos que se sirven a la hora de la cena, Después, después saldrá a escena, “Mi
Patria, esta Argentina que espera”
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Mario Benedetti Defender la alegría como una trinchera defender la alegría como un principio defender la alegría como una bandera defender la alegría como un destino defender la alegría como una certeza defender la alegría como un derecho |
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Juan de Dios Peza Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra— Víctimas del spleen, los altos lores, Una vez, ante un médico famoso, »Nada me causa encanto ni atractivo; —Viajad y os distraeréis. —¿Pobre seréis quizá? —¿De vuestra vida actual, tenéis testigos? —Me deja —agrega el médico— perplejo —¿A Garrik? —¿Y a mí, me hará reír? * * * ¡Cuántos hay que, cansados de la vida, ¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora! Si se muere la fe, si huye la calma, El carnaval del mundo engaña tanto, |
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EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS Miguel Ramos Carrión Desde la ventana de un casucho viejo Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo, Un seminarista, entre todos ellos, Desde la ventana del casucho viejo Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos, Cuando en ella fija sus ojos abiertos En una lluviosa mañana de inverno Un seminarista sin duda era el muerto; La niña angustiada miraba el cortejo Corriendo los años, pasó mucho tiempo... La labor suspende, los mira, y al verlos Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo |
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Amado Nervo Artifex vitae, artifex sui Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, ...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: Hallé sin duda largas noches de mis penas; Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. |