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ARCHIVOS DE CUENTOS PUBLICADOS

  FRANZ KAFKA

Ante la ley

 

Ante la Ley hay un guardián. Un campesino se acerca a este guardián y le ruega que lo deje entrar. El guardián dice que ahora no puede franquearle el paso. El campesino reflexiona un momento y pregunta si podrá entrar más tarde.  

-Es posible -contesta el guardián-, pero no ahora.  

La puerta de la Ley está abierta, como siempre; el guardián se aparta un poco y el campesino se agacha para mirar a través de ella hacia el interior. El guardián se ríe al verlo y le dice: 

-Si tanto te atrae, trata de entrar a pesar de mi prohibición. Pero ten presente mis palabras: soy poderoso, pero soy el guardián más insignificante. En las estancias que se suceden hay guardianes cada vez más poderosos. Ya la visión del tercero es tan insoportable que ni siquiera yo la puedo aguantar. 

El campesino nunca ha pensado toparse con semejantes dificultades; él cree que la Ley debe ser asequible para todos, en todo momento, pero ahora, cuando se fija mejor en este guardián de larga pelliza, de gran nariz puntiaguda y de rala y negra barba a lo tártaro, piensa que lo mejor es esperar, hasta que se le permita entrar. El guardián le alcanza un banquito y lo deja sentarse al lado de la puerta. Y allí permanece sentado días y años. Hace muchos intentos de entrar, fatigando al guardián con sus súplicas. En numerosas ocasiones, el guardián lo somete a pequeños interrogatorios, preguntándole por su tierra natal y por muchas otras cosas, pero sus preguntas son frías, desinteresadas, como las que hacen los grandes señores. Y al final el guardián siempre repite que aún no le puede franquear el paso. El campesino, que se ha equipado convenientemente para su viaje, utiliza todo lo que trae, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este no rechaza nada, diciendo: 

-Sólo te lo acepto para que no creas que no has hecho todo lo que puedes.  

A lo largo de muchos años, el campesino observa casi ininterrumpidamente al guardián. Se olvida de los demás guardianes. El primero le parece el único obstáculo que le impide el acceso a la Ley. Maldice su presencia, durante los primeros años sin contemplación y en voz alta, pero luego, al hacerse más viejo, sólo rezongando para sí. Empieza a chochear y, tras pasar tantos años escudriñando al guardián, habiendo descubierto las pulgas que pululan en su cuello, les ruega que lo ayuden a ablandarlo. Por último, se le debilita la vista. Ya no sabe si anochece o lo engañan los ojos. Pero en medio de la oscuridad percibe ahora un resplandor que emana de la puerta de la Ley. Su vida se agota. Antes de morir, todas las experiencias de ese largo período se condensan en su cabeza, en una sola pregunta que aún no ha formulado al guadián. Le hace señas, para que se agache, porque su propio cuerpo, ya endurecido, no le permite incorporarse. El guardián tiene que inclinarse profundamente sobre él, pues el hombrecito se ha encogido mucho.  

-¿Qué es lo que todavía quieres saber? -preguntó el guardián-, eres insaciable.  

-Todos aspiran a la Ley -dice el hombre-. ¿Cómo se explica entonces que, en tantos años, sólo yo haya pedido entrar en ella?

El guardián se da cuenta de que el hombre está  a punto de morir y, para que aún lo pueda oír, le grita al oído:

-Nadie más podía entrar aquí, porque esta entrada era sólo para ti. Ahora mismo la cierro

 

 

El mono científico


En cierta isla de las Indias Occidentales había una casa, y próxima a ella un bosquecillo. En la casa vivía un viviseccionista, y en los árboles un clan de monos antropoides. Ocurrió que uno de los monos fue capturado por el viviseccionista y encerrado por algún tiempo en una jaula del laboratorio. Allí, el mono estaba aterrado por lo que veía y profundamente interesado en todo lo que escuchaba, y como tuvo la suerte de escapar pronto de su jaula (que llevaba el número 701) y de regresar con su familia con sólo una lesión menor en un pie, creyó que en general había salido ganando con la experiencia.
En cuanto regresó se auto designó doctor y empzó a molestar a sus vecinos con la pregunta: ¿Por qué los monos no son progresistas?
"No sé qué significa progresista", dijo uno, y le arrojó un coco a su abuela.
"No lo sé ni me importa", dijo otro, y se balanceó hasta un árbol vecino.
"¡Oh, termínala con eso!", gritó un tercero.
"¡Maldito progreso!", dijo el jefe,

un viejo conservador partidario de la fuerza física. "Les conviene tratar de comportarse mejor tal como son".
Pero cuando el mono científico reunió a los monos más jóvenes solos, lo escucharon con mayor atención.
"El hombre es tan sólo un mono ascendido", dijo, suspendido de una rama alta con su cola. "Como el registro geológico está incompleto, resulta imposible determinar cuánto tiempo le llevó ascender, y cuánto tiempo puede llevarnos a nosotros seguir sus pasos. Pero lanzándonos vigorosamente in medias res en un sistema de mi invención, creo que dejaremos atónito al mundo. El hombre perdió siglos con la religión, la moral, la poesía y otros desvíos; pasaron siglos antes de que se dedicara a la ciencia propiamente dicha, y apenas el otro día empezó a hacer vivisecciones. Nosotros haremos el camino inverso y empezaremos por la vivisección".
"En nombre de los cocos, ¿qué es la vivisección?", preguntó un mono.
El doctor explicó en gran detalle lo que había visto en el laboratorio, y algunos de sus oyentes quedaron encantados, pero no todos.
"¡Jamás escuché algo tan bestial!", exclamó un mono que había perdido una oreja en una pelea con su tía.
"¿Y para qué nos serviría?", preguntó otro.
"¿No se dan cuenta?, dijo el doctor. Si viviseccionamos hombres, descubriremos cómo están hechos los monos, y así avanzaremos".
"¿Y por qué no viviseccionar monos?", preguntó uno de sus discípulos, que era discutidor.
"¡Qué vergüenza!", dijo el doctor. "No me quedaré a escuchar cosas así, al menos no en público".
"¿Y si lo hacemos con criminales?", preguntó el discutidor.
"Es muy dudoso que exista algo como el bien y el mal... entonces, ¿quién sería un criminal?", replicó el doctor. "Y además, el público no lo toleraría. Y los hombres sirven perfectamente para el propósito, son del mismo género".
"Parece una crueldad con los hombres", dijo el mono con una sola oreja.
"Bien, para empezar", dijo el doctor, "ellos dicen que nosotros no sufrimos y somos lo que denominan autómatas, de modo que tengo perfecto derecho a decir lo mismo de ellos".
"Eso es un disparate", dijo el discutidor, "y además es autodestructivo. Si sólo son autómatas, no pueden enseñarnos nada de nosotros mismos, y si pueden enseñarnos algo... ¡por los cocos!, es que sufren".
"Comparto tu manera de pensar", dijo el doctor, "y de hecho ese argumento sólo es adecuado para las revistas mensuales. Digamos entonces que sufren. Pero bueno, sufren en nombre de una raza inferior que necesita ayuda: no puede haber nada más justo y más correcto que eso. Y además, sin duda haremos descubrimientos que demostrarán ser útiles para ellos".
"¿Pero cómo haremos descubrimientos", dijo el discutidor, "si no sabemos qué debemos buscar?"
"¡Dios bendiga mi cola!", gritó el doctor, ya fuera de quicio y perdiendo su dignidad. "¡Creo que tienes la mente menos científica entre todos los monos de las islas Windward! ¡Saber qué buscar, por cierto! La verdadera ciencia no tiene nada que ver con eso. Simplemente, se hace una vivisección, confiando en el azar, y si uno descubre algo, ¿acaso no es el primer sorprendido?"
"Tengo otra objeción", dijo el discutidor, "aunque, lo acepto, no niego que sería una gran diversión. Pero los hombres son muy fuertes, y tienen esas armas de fuego".
"En ese caso, capturaremos niños".
Esa misma tarde, el doctor regresó al jardín del viviseccionista, hurtó una de sus navajas por la ventana de la sala y en un segundo viaje se llevó a su bebé que estaba en la cuna de la habitación de los niños.
Hubo gran actividad en la copa de los árboles. El mono con una oreja, que era un individuo de buen corazón, mecía al niño en sus brazos; otro le puso nueces en la boca, y se ofendió porque no las quiso comer.
"No tiene el menor sentido", dijo.
"Pero me gustaría que no llorara", dijo el mono con una sola oreja. "¡Se lo ve horriblemente igual a un mono!"
"Esto es pueril", dijo el doctor. "Denme la navaja."
Pero ante estas palabras, el mono con una sola oreja escupió al doctor y escapó con el bebé a la copa del árbol vecino.
Ante esto, todo el grupo empezó a perseguirlo aullando, y el ruido alertó al jefe, que estaba en las cercanías matándose las pulgas.
"¿Qué es todo este barullo?", gritó el jefe. Y cuando le contaron lo que ocurrió, se enjugó la frente. "¡Por los grandes cocos!", gritó. "¿Es esto una pesadilla? ¿Los monos pueden caer en tamaña barbarie? Lleven de regreso el bebé al sitio de donde vino".
"Tú no tienes una mente científica", dijo el doctor.
"No sé si tengo o no tengo una mente científica", replicó el jefe, "pero tengo un palo muy grueso, y si le pones una zarpa encima a ese bebé, te romperé la cabeza con él".
Así que llevaron al bebé al jardín del frente. El viviseccionista (que era un buen hombre de familia) se llenó de júbilo y, con el corazón alegre, empezó tres experimentos más en su laboratorio antes de que terminara el día.



(Traducción: Mirta Rosenberg)

 

 

Posesión del ayer

   

Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío.

Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven.

Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz.

Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos.

Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe.

Israel fue cuando era una antigua nostalgia.

Todo poema, con el tiempo, es una elegía.

Nuestras son las mujeres que nos dejaron , ya no sujeto a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza.

No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.

 

J.L.Borges

 

 

Mamá no corras, te esperamos

 

 

Cartera blanca de plástico charolado.

Zapatos taco aguja, que, en el intento  de blanquearlos con tiza molida, quedaron grises, por lo ajados.

Vestido de lycra negro. Corto, ajustado y tan gastado que se trasluce.

No queda otra. Me miro en el espejo, manchado por la humedad, y me doy cuenta que las raíces negras se notan demasiado entre lo amarillo de la decoloración. Cuando me sobren dos pesos me compro alguna tintura para que la Marta me tiña. Algún rubio platino, el agua oxigenada sola, me está dejando el pelo medio naranja...

 

-        Doña Sara, le dejo a los chicos dormidos ¿Les pega una miradita? Vuelvo para cuando el Jonathan tenga que tomar la teta

 

 Es lindo el Jonathan. El Mario también, pero el chiquito me salió con los ojos del padre.

Creo que si la abuela lo viera, se arrepiente de haberme despedido y lo hubiera querido al nene, de tan igual a su hijo que es. Y yo podría seguir limpiando en esa casa. Por lo menos ahí se comía todos los días...

 

-         ¡Oscar! ¿Vas para Avellaneda? ¿Me alcanzás hasta Constitución?

 Dale, no seas guacho, sabés que por Retiro es re-muerto a esta hora. No tengo ni una moneda para el bondi. Después te pago el viaje. En especies...

No me vas a dejar ir caminando hasta allá, dale

 

Está dura la calle, si sigo bajando la tarifa me voy a tener que vender por cinco pesos…

-         Gracias, Oscar. Mañana te pago…

 

Vamos a ver si cae ese gil

-         Cincuenta la hora, completo  

(¡Por fin uno! Mañana comemos, chicos! Espero que sea rápido, porque en una hora le toca la teta al Jhonattan)

 

-         ¡Dale, viejo!  

(Pucha, este con la falopa que tiene encima no termina más)

¡Por fin loco… Lo bueno de estos transas es que como conocen la onda te dejan buena propina.

¡Mi Dios! Cuánto hace que no veía un billete de cien. Con esto mañana le compro al Mario lo útiles para la escuela y las zapatillas Le voy a comprar unas buenas, para que le duren. Aunque ya sé que las va a hacer pomada enseguida, porque se las va a querer poner para jugar a la pelota.

¡Que bueno! El transa me lleva hasta casa. Y, éste... ¡que le va a tener miedo a la villa, si debe andar en cualquiera!...

¡Epa! Me parece que el auto que viene atrás es de la cana, ¡Uy, si! Que no nos paren que no traje documentos. Encima se me está haciendo tarde y el Jhonattan en cualquier momento se despierta.

Lo malo es que, si no estoy para darle la teta, el guachito llora y no lo calma nadie.

¿Y eso? ¿Son tiros? Si, son tiros.

¡Uy, carajo! El transa se puso loco. Volantea para cualquier lado.

 La pucha está herido...

¿Y yo? Esto es sangre. No jodan locos que se me hace tarde para darle la teta al Jhonattan...

  

 

  

 

-         ¿Y, oficial?

-         Si, es el pibe Estévez, está herido.

Tiene como doscientos gramos para vender y más de tres lucas en la billetera

-         ¿Y la chica?

-         No creo que la reclame nadie. Era una puta...

Autor: Silvia

(seudónimo)

Argentina

 

 

JULIO CORTAZAR

Los amigos  

En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Beltrán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mientras se bañaba en su departamento, escuchando el noticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pensar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas informaciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a encontrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido -y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo- todo quedaría despachado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.  

Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apretaba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia.  

A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorprendido. La primera bala le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El Ford salió en diagonal, adelantándose limpio a un tranvía, y dio la vuelta por Tacuarí. Manejando sin apuro, el Número Tres pensó que la última visión de Romero había sido la de un tal Beltrán, un amigo del hipódromo en otros tiempos

 

 

 

 

Paradoja

-         Vamos a ver: Quien de ustedes pueda cumplir con el proverbio árabe, será el capataz…Decime, Ramón ¿Alguna vez plantaste un árbol?

-         ¿Un árbol?  Todo ese monte de olivos, el de los Alzaga, lo planté con mis con mis propias manos…En Overá, planté cientos de naranjos, limoneros, plátanos... ¡Si desde gurí trabajé en las plantaciones, patrón!...

-         Muy bien, y decime ¿Tenés un hijo?

-         ¿Un hijo? Seis tengo. Ya hay dos que ayudan en las cosechas. Pero igual es difícil darles de comer a tantas bocas. Encima, parece que la Felisa está preñada otra vez, patrón... Y bué, si Dios lo manda, algo bueno traerá

-         De acuerdo, y por último, decime ¿Escribiste un libro?

-         ¿Un libro? Si yo no sé leer ni escribir, patrón...

Autor: Silvia

 

Archivos de Literatura Infantil

 

El mago Merlín

 

Hace muchísimos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.

 

La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.

 

Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas. 

 

Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía:

 

"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra"

 

Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.

 

Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada.

 

Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.

 

Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió  a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.

 

Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.

 

Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.

 

Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo.

 

"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti"

 

FIN

 

 

 

 

Personajes

Azul (un ángel)

Jazmín (un ángel)

Mariano (un niño)

La acción transcurre en la actualidad

 

Acto I

 

Cuando abre el telón, el fondo muestra un cielo con algunos angelitos. En escena, dos de ellos (Azul y Jazmín) comienzan una conversación

                              Azul - ¡Hola, Jazmín!

                              Jazmín - ¡Hola Azul! ¿Jugamos a las escondidas?

                              Azul -Después. Ahora tengo que solucionar un problema

Jazmín -¡Ufa! ¡No me digas que otra vez Mariano empezó con sus miedos! ¡Que gallinita! –Burlándose- ¡Ay que miedo… viene el cuco! ¡Ay, que viene el hombre de la bolsa! Es un tonto

Azul - ¡No digas eso! Mariano no es ningún tonto. Todos tenemos miedo a algo. ¿Vos no?

Jazmín -¡No! ¡Que voy a tener miedo! Yo soy el más valiente de todos los ángeles.

Azul - ¿Seguro? –Espera un segundo, se da vuelta y grita- ¡Cuidado, viene el ángel de las tinieblas!

Jazmín -¡Ay! ¡Socorro! ¡Ayuda! –Se desmaya-

Azul -¿Cómo? ¿No era que vos no tenías miedo? –Mientras dice esto lo ayuda a levantarse

Jazmín -Bueno…En realidad….algunas veces…

Azul - ¡Lógico! Es lo normal….Lo que pasa con Mariano es que tiene demasiados miedos, porque nunca nadie le enseñó como enfrentarlos. Por eso me veo en la obligación de bajar para ayudarlo

Jazmín -Tenés razón. Pero cuando vuelvas ¿Jugamos a las escondidas?

Azul -Por supuesto. Andá pensando tras que nube te vas a esconder

Se cierra el telón

 

Acto II

Cuando abre el telón el fondo muestra la habitación de un chico. Mariano se pasea de una a otra punta del escenario tomándose la cabeza con las manos

 

Mariano -¡Ay! ¿Porqué a mi? ¿Porque siempre a mi me tienen que pasar esas cosas que dan tanto miedo? ¡Siempre, siempre a mi!... Desde ayer que estoy temblando… -Mirando al público- En mi grado hay treinta chicos Mi maestra eligió tres grupos de diez para rendir un examen. ¿Y que pasó? Que justo a mí me tuvo que tocar estar en el grupo que rinde en la primera hora. ¿Les parece justo? Tengo dos horas menos para estudiar que los del último grupo. ¡Dos horas menos! Seguro que el examen me sale mal. ¡Voy a sacar un cero! ¡Mi mamá no me va a dejar ver televisión por un año! Me va a poner en penitencia en mi pieza solo y a oscuras. ¡Y yo le tengo miedo a la oscuridad! ¡Ya se! Me hago el enfermo y listo…

En ese momento aparece Azul por detrás de Mariano

Azul -¡Que bonito! Inventando mentiras para no enfrentar los problemas…

Mariano (sin mirarlo)- ¿Qué querés que haga? Yo tengo miedo. Tengo miedo a que las cosas me salgan mal, a los fantasmas, a la oscuridad, a los chicos malos, a los doctores…

Azul -¿A los doctores? Si ellos están para curarte…

Mariano - Si. Pero te dan inyecciones, que duelen un montón. ¿Acaso a vos no te duelen las inyecciones?- lo mira- ¡Ey! Y vos ¿Quién sos? ¿Viniste para asustarme?

Azul -¿Cómo podés pensar eso? Yo soy tu ángel. Me llamo Azul y estoy para cuidarte en todo momento

Mariano -¡Bueno! A ver si me cuidás un poco mejor. Porque ¡me pasan cada cosas! Si ir más lejos, anoche, mi habitación estaba llena de sombras que se convertían en terribles monstruos y amenazaban con atacarme. Yo estuve muerto de miedo. Y vos ¿Dónde estabas?

Azul - Las sombras nunca se convierten en nada. Sos vos el que lo imagina. Y para que veas que tan mal no te cuido, sabiendo de todos tus miedos es que bajé en tu ayuda

Mariano - ¿Bajaste? ¿De dónde?

Azul -Recuerda que soy un ángel. Los ángeles no vivimos en la Tierra. Y solamente venimos cuando el chico al que cuidamos no escucha los mensajes que les dejamos en sus mentes.

Mariano -¿Vos dejás mensajes en mi mente?

Azul - Siempre. Pero tus miedos los tapan. Y no te dejan oírlos. De la misma manera que parece no escucharas cuando tu mamá te dice que los fantasmas o que el viejo de la bolsa no existen

Mariano - Y… ¿todos los chicos tienen un ángel?

Azul - Todos los chicos tienen a alguien que los protege y los guía

Mariano - No entiendo. Si tenemos siempre a alguien que nos protege ¿Por qué dejan que nos pasen cosas que nos hacen tener miedo?

Azul -Si a los chicos no les pasaran esas cosas jamás aprenderían a defenderse solos. Y las personas tienen que saber cuidarse de muchas cosas: del frío, de las lluvias, de los animales peligrosos…Lo bueno es que todos tienen el poder para protegerse

Mariano - ¿Yo también?

Azul -Todos. Sucede que algunos chicos desconocen como se logra ese poder.

Mariano -¿Vos me lo podés explicar? ¡Porfi! ¿Hace falta tener magia? ¡Ah! Si fuera cierto que soy poderoso no le tendría miedo a nada

Azul - Por supuesto que lo sos. Pero lo importante no es no tener miedo sino saber como enfrentarlo. Eso es lo que te voy a enseñar. Y no hace falta magia, aunque al principio vamos a usar este anillo al que hay que cargarlo con tus poderes ¿Querés que les regalemos también a estos chicos que están mirando, por las dudas que en algún momento lo necesiten?

Mariano -¡Si! ¡Claro!

(Se hace "aparecer" una canastita con anillitos que el "angelito" se encargará de alguna manera de repartir entre el público. Es preferible entregársela a una persona del mismo para que se encargue)

Azul -Bueno, como te decía. Al principio usaremos este anillo. Si en algún momento lo perdés o se te rompe ¡No habrá problema! Cualquier otro anillo, pulsera o cadenita puede cumplir la misma función. Cuando seas un experto ya no los necesitarás.

Habrás visto que estos anillitos vienen con unas instrucciones para su uso. Son las que vas a tener que seguir cada vez que necesites de tus poderes. Si estás decidido podemos empezar ya mismo

Mariano - ¿Cómo no voy a estar decidido? ¡Urgente necesito de esos poderes! Decime…Ese anillo ¿Tiene garantía?

Azul -¡Por supuesto! Si seguís las instrucciones al pie de la letra no pueden existir fallas. Te lo garantizo. ¿Empezamos?

Veamos: Mañana tenés un examen de…

Mariano -Matemáticas

Azul - Y eso te da miedo

Mariano -Pánico

Azul -Bien. Verás que la primera de las instrucciones dice: Abrir bien los ojos. ¿Por qué dice esto? El primer error que cometemos cuando tenemos miedo es el de cerrar los ojos. Esto no nos permite ver cuán grande es la cuestión que nos produce este temor.

Una vez que vimos el tamaño de la cosa que nos da miedo, pensaremos con que medios se pueden combatir. Por ejemplo: Una sombra se combate con luz, el dolor del pinchazo de una inyección se siente menos aflojando los músculos, la piña de un chico más grande que nosotros se evita con una toma de karate, o, como es hoy tu caso, la materia para poder rendir bien un examen se aprende estudiando.

Cuando ya sabemos con que se combate la cuestión, ponemos manos a la obra y nos preparamos para vencer. ¿Cómo nos preparamos? Bien, para el caso que hoy te atemoriza tu única arma es el estudio. Una vez que hallas estudiado todo lo te mandó la seño, le dirás a tu anillo: "Ya tengo el arma con la que venceré a ese examen. Ya tengo el poder y nadie ni nada me lo podrá quitar" Así y casi mágicamente tu anillo se cargará con esa fuerza que te acompañará durante todo el examen.

Mariano -¿Estás seguro?

Azul - Tené confianza. No creas que sos el primero. Hace muchísimos años que se utiliza esta fórmula

Mariano - Bueno, vamos a probar…

Mariano toma un librito y se apresta a estudiar. Azul se va quedando dormido

Mariano -Nueve por nueve, ochenta y uno. Nueve por diez, noventa… ¡Ah!...No doy más. ¡Ey! ¡Azul! ¡Despertate! Escuchá: Ya estudié las tablas, las sé de memoria. Pero cuando pienso que tengo que decirlas delante de la seño me empiezan a temblar las piernas

Azul -¿Cargaste el anillo?

Mariano -No, todavía no

Azul - Por eso. Cargalo y vas a ver…

Mariano -¿Cómo era?... ¡Ah, si! -mirando su mano- "Ya tengo el arma con la que venceré a ese examen. Ya tengo el poder y nadie ni nada me lo podrá quitar"

Azul - Y ¿Qué tal?

Mariano - Creo que mejor. Por lo menos ya no me tiemblan las piernas

Azul -Bueno, no te olvides que es la primera vez, con la práctica llegarás a ser súper poderoso. Y ahora vamos a dormir.


Se cierra el telón

 

 

Acto III

En escena se lo ve a Azul paseándose preocupado, enseguida aparece Mariano demostrando alegría. Abraza y besa al angelito

Mariano -¡Gracias, Azul! Este anillo si es súper poderoso. ¿Sabés? Aparte que me ayudó con el examen, cuando salí al recreo lo cargué con todas mis energías, le dije las palabras y pude ganarle en la pelea a Juan Manuel, que siempre me cargaba porque yo no me animaba a enfrentarlo. Eso si, me gané una buena penitencia. Pero no importa ¡Ahora si no le voy a tener más miedo a nada!

Azul - Pará… pará. Ya te dije que lo importante no es no tener miedo a nada si no saber enfrentar los miedos. Fijate que son muchos los chicos que saben esta fórmula y muchas las cosas que no se pueden vencer. Por eso en las instrucciones te aclara que primero mires y evalúes muy bien la cuestión y luego compruebes que realmente tenés las armas. No debés nunca evitar ninguno de estos pasos.

Bueno, espero que practiqués mucho y pronto te llegue el momento en que puedas prescindir del anillo

Mariano -¿Y cómo voy a saber cuando lo puedo dejar de usar?

Azul -Sin ninguna señal especial, un día cualquiera, enfrentarás algo que te daba miedo y cuando te mires la mano te darás cuenta que no tenés el anillo. Ese día será el que marcará que ya no lo necesitás porque tendrás fijado todo el poder en tu mente. Bueno, ahora te dejo, me están esperando para ir a jugar

Desde lejos se escucha una voz que dice: "¡Azul, vamos a jugar a las escondidas!"

Azul (dirigiéndose al público)-¡Ay, por favor! ¡Cuánto grita Jazmín! ¡Ya voy! ¡Ya voy!

 

Se cierra el telón

Fin

 

Al finalizar la obra se entrega a cada niño un anillito (económico, de plástico) con un papelito en el que estará escrito:

Instrucciones para el uso de este anillo

Abrí bien los ojos para mirar de donde viene, cual y que tan grande es tu miedo

Investigá, ya sea pensando o preguntando a tus papis o a un buen amigo cuales son las armas* con las que se pueden combatir a tus miedos

Aprendé a usarlas y recién cuando estés muy seguro/a de saber hacerlo correctamente podrás trasmitirle el poder a tu anillo

Las palabras que tendrás que decir son más o menos estas: "Ya tengo el arma* con la que venceré. Ya tengo el poder y nadie ni nada me lo podrá quitar"

 

 

*Se considera arma a todo aquél medio útil para combatir a un temor. Nada tiene que ver con las armas mortales

Si por algún motivo, se perdiera el anillo, estas instrucciones sirven para usarse con cualquier otro elemento que uno pueda portar (cadena, pulsera, reloj o lo que se tenga a mano en ese momento) Recuerda que, después de mucha práctica, tendrás tan fijado al poder en tu mente que ya no necesitarás de ningún instrumento

Consejo fundamental:

Lo importante no es no tener miedos sino saber enfrentarlos

Silvia

 

 

 

 

 

Don Quijote de la Mancha

Adaptación resumida para niños

 

Alonso Quijano es un hidalgo de unos 50 años, que leía tantos libros de caballería que se volvió loco, un día decidió que se haría caballero andante y que se llamaría Don Quijote de la Mancha y su estimada se llamaría Dulcinea del Toboso.

Una mañana Don Quijote empieza su aventura y se va a una venta porqué le nombren caballero, cuando ya le han nombrado caballero se encuentra con unos mercaderes, se pelea y cae al suelo, tubo suerte que en vecino suyo pasara por allí y lo llevara hasta su casa.


Un día fue a verlo un amigo suyo llamado Sancho Panza y le pide que le deje acompañar en sus aventuras. Ellos dos pasan muchas penalidades.
Don Quijote demuestra que está loco en muchas ocasiones como por ejemplo cuando ataca unos molinos de viento pensando que son unos grandes gigantes, cuando ataca unos frailes que llevan una dama pensando que son unos secuestradores, cuando ataca un rebaño de ovejas pensando que es un inmenso ejército, cuando deja libres unos galeotes, cuando se pone un yelmo en la cabeza pensando que es un sombrero. etc.
Un día Don Quijote pide a su acompañante Sancho Panza que le lleve una carta a Dulcinea, y Sancho se encuentra con los amigos de Don Quijote, el barbero y el cura que lo quieren devolver a su casa, entonces una mujer se hace pasar por una princesa que quiere que mate a un gigante, Don Quijote cae en la trampa y es enjaulado y es llevado hasta su casa.


Paralelamente otro escritor llamado Avalleneda escribe otra segunda parte falsa del Quijote.
Don Quijote y Sancho salen de nuevo esta vez se dirigen el Toboso a buscar el palacio de Dulcinea pero no lo encuentran ya que no existe, Sancho empieza a engañar a su amo en alguna ocasión como en el fragmento de las labradoras, que hace pasar una de ellas por Dulcinea.
Un amigo de Don Quijote llamado el Bachiller Carrasco sale a buscarle para devolverlo a su casa y se hace pasar por el caballero del Bosque que reta a Don Quijote en sierra Morena provocándolo diciéndole que él ya le a vencido, pero Don Quijote le gana.
Mas adelante unos duques se quieren reír de Don Quijote y de Sancho y les dicen que una princesa está encantada y para desencantarla tienen que subir a un caballo de madera volador.
Después de esto para burlarse de Sancho le dan una ínsula para gobernar que se llama Barataria, y Don Quijote, para ayudarle, le recomienda que no diga refranes ya que muchos son disparates, que sea limpio entra otras cosas y que no coma ajos ni cebollas.
Lo primero que le hacen a Sancho es que presida un juicio entre dos personas y después lo llevan el palacio para comer, pero un médico que cuida por su salud no le deja comer los platos ya que le pueden hacer daño, y para terminar de humillar a Sancho le dicen que su ínsula será atacada, pero como que esta harto de ser gobernador decide marcharse e ir a buscar a su amo, Don Quijote.
Cuando ha encontrado a su amo, se dirigen hasta Zaragoza y descansan en una venta donde escuchan que están leyendo la segunda parte falsa del Quijote escrita por Avalleneda.
Don Quijote se enfada mucho ya que el libro dice que él ya no está enamorado de Dulcinea y también que el libro está escrito en dialecto aragonés y decide que no irá a Zaragoza sino a Barcelona.
Cuando está en Barcelona se encuentra el caballero de la blanca Luna y le reta a una lucha, Don Quijote pierde y es condenado a retirarse durante un año, el caballero de la blanca Luna resulta ser el Bachiller Carrasco un amigo de Don Quijote que lo quiere devolver a su casa, es la segunda vez que lo intenta.
La primera vez se hizo pasar por el caballero del bosque, pero perdió.
Ya en su casa Don Quijote está muy enfermo y dice que el estuvo loco haciéndose caballero andante y también critica los libros de caballería, sus últimas palabras fueron, ahora ya no soy Don Quijote ahora soy Alonso Quijano y se murió.

 

 

 

 

EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR

Hans Christian Andersen

 

Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.

No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.

La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.

-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.

Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.

«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».

El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.

Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».

-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.

-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.

-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.

Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.

-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.

«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.

-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.

Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.

-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.

«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».

-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.

Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.

El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!

Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:

-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.

-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.

-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?

Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.

-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!

-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.

-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.

Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:

-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!

Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.

-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.

-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!

-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.

FIN

 

 

 

El duende y la olla de oro

 Cuento popular

 

En un bosque escondido en medio de las montañas vivía un pequeño duende famoso por su avaricia. Desde que había nacido amaba profundamente el oro, buscándolo siempre en el interior de las montañas para guardarlo con cuidado. Los duendes por naturaleza picaban en las minas buscando oro y piedras preciosas, pero siempre lo compartían con toda la comunidad para poder disfrutar de su belleza.

Mientras en el pueblo de los duendes se ponían de acuerdo para las excavaciones, nuestro pequeño duende realizaba el trabajo por su cuenta. Sabían de sus actividades pero le dejaban trabajar a su aire: vivía solo y no molestaba en un principio a los demás duendes. A pesar de todo cada vez más personas miraban con malos ojos al duende, criticándole por no colaborar nunca con la comunidad.

 

Con el paso del tiempo el pequeño duende se dio cuenta que había guardado ya demasiado oro. Guardó todo lo que pudó en una cueva secreta que solo él conocía y se echó el resto a la espalda dentro de una enorme olla, tan grande que superaba su envergadura. Estaba seguro del cómico aspecto que daba ante los que le miraban pero aún así tenía por seguro que ese oro que le sobraba no se iba a quedar fuera de sus terrenos: necesitaba encontrar un sitio donde esconderlo.

Caminó durante horas por el bosque hasta que llegó al río que lo surcaba. Los duendes casi nunca iban a esa zona, lo que hacía que el lugar fuese un nuevo escondite perfecto. Surcó el borde del río hasta encontrar una cueva a ras del agua, donde introdujo la olla a presión. No estaba muy convencido todavía de que fuese seguro así que comenzó a excavar hasta hacer el agujero mucho más grande, pudiendo meter la olla más al fondo. Desgraciadamente cuando quiso salir se dio cuenta que el agua había entrado en la cueva, dejándole atrapado sin posibilidad de escapar.

Unos duendes especializados en pescar se dieron cuenta de casualidad de la extraña cueva que había aparecido de repente. Vieron al duende atrapado, intentando ayudarle para que pudiese salir. Al principio el duende les dijo que se fueran, que solo querían robarle su olla de oro. Los duendes le insistieron en que no les importaba el oro y que si no se fiaba de ellos que cuando saliese se quedase con todo lo que llevaban encima. Una vez fuera los duendes le ofrecieron sus anillos y collares, avergonzando enormemente al pequeño duende.

La olla de oro se perdió para siempre en la cueva del río, pero a cambio el duende volvió al pueblo natal, donando todo el oro que tenía en las montañas y prometiéndoles que compensaría su falta de altruismo durante los años venideros.

FIN

 

 

 

 

La princesa sin voz

Cuento popular

 

Hace mucho tiempo nació una de las princesas más bellas que ha visto el mundo. El reino entero iba al castillo para verla, felicitando a los padres por la hija tan maravillosa que habían concebido. Pasaron los años y la joven princesa siempre se mantenía sonriente, sin decir nunca una sola palabra y ayudando a todo el que lo necesitaba. Al principio les parecía que era tímida pero con el tiempo descubrieron que la princesa había nacido muda.

Todo el reino se preocupó inmediatamente por la princesa. A pesar de que seguía sonriendo notaban que detrás de esa sonrisa se ocultaba la tristeza de no ser como los demás niños. Ella no podía cantar ni mantener una conversación normal con nadie. Cuando jugaba en el castillo tenía que estar siempre acompañada al no poder avisar si le pasaba algo, y si necesitaba la ayuda de alguien debía moverse por todas las habitaciones hasta encontrarla en persona.

Un día el rey descubrió a su hija llorando sola en la habitación. Desconsolado, decidió actuar para darle a la princesa la felicidad que se merecen todos los niños. Convocó a las personas más importantes del reino y les pidió que transmitiesen al pueblo la petición de aprender a utilizar un lenguaje de signos con el que poder dirigirse a la princesa. El rey ya había diseñado este sistema después de muchos meses trabajando en él, y si quería que su hija fuese feliz necesitaría que lo aprendiera todo el mundo y no solo su familía.

Los mensajeros se desplazaron por todas las casas del reino sin que la princesa supiera nada. El rey no quería obligar a que el pueblo aprendiese el lenguaje también; ante todo deseaba que todos estuviesen cómodos en su reino. Junto a la reina y a su hija, la familia real practicaba por su cuenta el nuevo idioma, animando a la pequeña para que pudiese al menos hablar con sus padres.

Cuando la princesa dominó a la perfección el lenguaje salió a la calle a jugar con los niños como todos los días. Cavizbaja, cogió la pelota y cuando iba a darle una patada se sorprendió de que uno de los niños le decía con su propio idioma de signos que se la lanzase a él. Durante unos segundos no supo que hacer, todos los niños se comunicaban de la misma forma. La cogieron de la mano y corrieron por las calles del pueblo, saludándola todos los habitantes con el signo de ‘hola’ y una gran sonrisa en sus rostros. De esta forma el reino se adaptó a la princesa a la que tanto amaban, y todos vivieron felices para siempre.

FIN

 

 

Autor: Walt Whitman

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro terrible viaje ha terminado,
el barco ha sobrevivido a todos los escollos,
hemos ganado el premio que anhelábamos,
el puerto está cerca, oigo las campanas, el pueblo entero regocijado,
mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave.
Mas, ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón!
¡oh rojas gotas que caen,
allí donde mi capitán yace, frío y muerto!

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas,
levántate, por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín,
para ti ramilletes y guirnaldas con cintas,
para ti multitudes en las playas,
por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos:
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!
¡Que mi brazo pase por debajo de tu cabeza!
Debe ser un sueño que yazcas sobre el puente,
derribado, frío y muerto.

Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven,
mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
la nave, sana y salva, ha anclado, su viaje ha concluido,
de vuelta de su espantoso viaje, la victoriosa nave entra en el puerto.
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad campanas!
Mas yo, con tristes pasos,
recorro el puente donde mi capitán yace,
frío y muerto.


 

 

 

 

Show para todos

Autor: Silvia

 Show de muertos

en el número vivo

para el entreacto

de ¨ Mi Patria que espera ¨

El mismo público,

aplaude y abuchea

a los mismos actores,

en diferentes escenas.

Aplauden y abuchean a los muertos,

aplauden y abuchean a las viudas

A los padres que lloran

A las abuelas que esperan

A los que no aparecieron

A los que roban,

A los chicos que mueren de hambre

A la democracia que enseña

A la dictadura que gobernó y gobierna

Al mono que defrauda,

a los políticos del fraude

Aplauden y abuchean...

a todos los actores de la escena

Después de este largo entreacto

donde se reviven muertos,

se liberan criminales,

se corrompen jóvenes cerebros

se aprovisiona a los drogadictos

Donde hay pizza y champán,

sushi  y Coca-Cola,

almuerzos que se sirven a la hora de la cena,

Después, después saldrá a escena,

“Mi Patria, esta Argentina que espera”

  

DEFENSA DE LA ALEGRÍA

Mario Benedetti 

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de Dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
                  y también de la alegría

 

 

REÍR LLORANDO

Juan de Dios Peza

Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra—
el pueblo al aplaudirlo le decía:
«Eres el más gracioso de la tierra
y el más feliz...»
                                 Y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
«Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

»Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte».

—Viajad y os distraeréis.
                                              — ¡Tanto he viajado!
—Las lecturas buscad.
                                          —¡Tanto he leído!
—Que os ame una mujer.
                                                —¡Si soy amado!
—¡Un título adquirid!
                                      —¡Noble he nacido!

—¿Pobre seréis quizá?
                                          —Tengo riquezas
—¿De lisonjas gustáis?
                                          —¡Tantas escucho!
—¿Que tenéis de familia?
                                              —Mis tristezas
—¿Vais a los cementerios?
                                                —Mucho... mucho...

—¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.

—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.

—¿A Garrik?
                        —Sí, a Garrik... La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.

—¿Y a mí, me hará reír?
                                              —¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas... ¿qué os inquieta?
—Así —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.

                        * * *

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.

 

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS

Miguel Ramos Carrión

Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla:  —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...

 

EN PAZ

Amado Nervo

Artifex vitae, artifex sui

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

 

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